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jueves, 12 de noviembre de 2015

Reconocer al buen empleado


Está claro que el éxito de un negocio, está en las personas que trabajan en él.
Logicamente, existen varios factores que lo componen como es el producto, lugar donde está ubicado aunque a veces digamos que hay lugares en espacios malditos, la marca etc...

Pero sin duda, el personal y encargados, son los que tienen la fórmula secreta para que su empresa triunfe.

Me encuentro realizando un maravilloso tour por Andalucía, visitando a familiares y amigos que después de tantos años, solo con entrar en la cocina de la casa de mi abuela, siento el olor a ese jamón ibérico que juro que cuando regrese a Palma no compro más lonchas por 2,19 euros.
Al pasear por Sevilla, recuerdo tantas romerías y ponche.
Tanta felicidad siento, que soy capaz por unos días de tomarme la vida con calma y disfrutar de estos placeres que uno encuentra en el Sur....
Y es que en Andalucía, la gente siempre es amable, siempre con ganas de fiesta, baile y risas.
Y es aquí donde me doy cuenta, que mi sangre, la que corre por mis venas, es andaluza.

Desde siempre, cuando algún trabajador, me trata bien, me trasmite su entusiasmo y sobre todo conoce bien lo que vende, me encanta reconocérselo, tanto a él como a su encargado, del mismo modo que si lo hace mal.
Me pueden odiar, llamar chivata, pero a mí me encanta, preocuparme porque las personas que llevan un negocio, estén felices en él.
Aunque no sea el trabajo de tu vida, mientras luches por conseguir el que realmente te gusta, hay que estar feliz.
Hacer las cosas con amor, te convierte en millonario, aunque no cobres tanto como esperabas, al final quien te hace feliz, son las personas.


Ayer fuí a cenar a un sitio muy conocido en Cádiz, un lugar bastante elegante y con una espectacular carta.
Un camarero monísimo de la Cádiz profunda, fué el encargado de servir nuestra humilde mesa.
Solo tenía que traer dos copitas de vino, por supuesto de Jerez y unos choquitos.
Además de servirnos dos cervezas, nos plantó dos platos de pasta con berenjenas y nata, que de buena gana los hubiera comido, pero yo aunque luego me pida una tarta de tres chocolates, evito la pasta por la noche.
Al pedir que por favor nos trajera nuestros platos y bebidas, con casi lágrimas en sus ojos, nos pidió perdón.
Casi me da algo, pues aunque sea clienta y de vacaciones, no puedo evitar empatarme.
Mi subconsciente me pedía que me callara y no hiciera de psicóloga pero cuando me trajo en vez de mis choquitos, por segunda vez un carpaccio de pulpo, le cogí la mano y le pregunté que le pasaba.

Maldita la hora que lo hice, porque no solo, no nos trajo los choquitos, si no que se sentó a contarme, que era su segundo día y que justamente su novia de nueve años le había dejado por otro.
Después de esas terapias de choque que hago yo, buscándole una amiga de esas que tengo yo por el sur, me fuí feliz aunque muy disgustada por no haber cenado mis chocos.
A pesar de mi terapia, le amenacé con chivarme al dueño de la franquicia

Hoy regresé, tenía que comprobar que había una evolución.
Efectivamente, lo ví muy desenvuelto y encantador con todo el mundo, nos cobró cincuenta euros en vez de treinta y logicamente, le tuve que castigar sin propina, pero reconocí su evolución.

Es tan fácil hacer felices a las personas, simplemente reconociendo sus virtudes.
Mañana me voy a Granada y os cuento.

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